BESOS EN LA ESPALDA Bajó al sótano como todos los sábados. Le encantaban los sábados porque limpiar los sótanos significaba evitar el contacto con la otra gente, el hueco social al cual ella no sentía pertenecer. No quería pertenecer. Ella tenía siempre esa mirada ausente en esos ojos pequeñísimos y tristes. Muy juntos, indecentemente juntos, separados por su nariz también pequeña que a ella le recordaba las caritas desagradables de las ratas. Intentaba muchas veces esconderse debajo de su cabello, pero lo tenía tan fino, tan leve, que al menor movimiento la dejaba en evidencia. Trabajaba en aquella empresa de triunfadores, decía ella, desde hace mucho tiempo, demasiado ya, pero se había vuelto una experta en practicar la invisibilidad. No le había costado demasiado. ¿Quién querría fijarse en una mujer pequeña, insignificante, que va empujando un carrito con productos de limpieza, perdida en una aparente indiferencia? No solo era su fealdad lo que le pesaba, sino la soledad q...